HISTORIAS DE GUERRA: EL PULÓVER DE LA GUERRA DE LAS MALVINAS
Pulóver que le salvó la vida a Miguel Savage. |
Por Percy Taira
Era el 8 de junio de 1982, en
plena Guerra de Las Malvinas, protagonizada por Argentina e Inglaterra. En esa
fecha, cinco soldados y un suboficial argentinos, iniciaron una caminata en la
isla, su misión: desactivar una posible base de operaciones inglesa. Pero el
tiempo no era el mejor, era otoño en Las Malvinas y el frío del lugar quebraba los
huesos de los soldados, esto sin contar los campos minados y el fuego inglés, que
hacían de esta una misión peligrosa.
Uno de esos soldados fue
Miguel Savage, quien fue a la misión como traductor por su manejo del idioma
inglés, dice que ingresó a la guerra sin saber utilizar un arma pero igual le
dieron un FAL. Según cuenta el propio Savage, aquellas condiciones que le tocó
vivir eran tan duras que no sólo lo comenzaron a dañar psicológicamente sino
también físicamente. En dos meses de misión había perdido ya 20 kilos. Como él
mismo se describió en una oportunidad era un “esqueleto con casco”.
También cuenta que en ese
momento la consigna de Savage y de sus compañeros de misión era una sola: "Si
morimos, morimos, pero primero tenemos que comer”.
Savage y sus compañeros llegaron
a una granja cercana al río Murrell. Comenzaron a inspeccionar las afueras del
lugar. Fue en ese momento que el sargento le ordenó a Savage que lo acompañara
al interior de la vivienda. Patearon la puerta de la cocina y Savage irrumpió
en la casa con un grito en inglés, que más que advertencia sonaba a ruego para
que no los atacaran: “Si hay alguien venimos a charlar, no se pongan nerviosos,
queremos revisar e irnos”.
Pero nadie respondió. Sólo se
toparon con el silencio. En la mesa, un desayuno a medio comer. Recuerda Savage
que la casa era linda, acogedora, que le recordaba a la casa de su abuela, hasta
los olores, señala, eran similares. Dieron unos pasos más dentro de la casa y
comenzaron a inspeccionarla, Savage subió las escaleras, “el corazón me
reventaba el pecho. No me paraba de temblar el cuerpo”, contó Savage alguna
vez.
La búsqueda dentro de la casa
continuó. Los soldados se dividieron las tareas de reconocimiento. Miguel Savage
ingresó al cuarto matrimonial. Le sorprendió una cama doble perfecta, una
dependencia con cortinas y una decoración cuidada que compara con una hostería
o una estancia de campo. No había nadie en toda la casa. Estaba abandonada
quizá por el temor de la guerra.
En aquella habitación, que
quizá un día antes era compartida por los dueños de la vivienda, Miguel Savage
comenzó a abrir los cajones, él dice que lo hizo como un instinto de
supervivencia. Dentro de esos cajones encontró un pulóver. Dice Savage: “Era un
pulóver inglés lindísimo, con borda azul y cruz. Me lo puse en la nariz y sentí
el olor a limpio, a perfume, a naftalina. Y dije: 'Qué lindo, esto es como
estar de vuelta en casa'. Me saqué la ropa mojada y me puse ese pulóver y una
bufanda, y un gorro, y medias de lana. Ese momento fue mágico".
Y continúa: "Me invadió
una sensación de paz, como si estuviera Dios ahí. En ese momento y como un alma
que me hablaba, aunque no escuchaba la voz, sentí como que alguien estaba ahí y
me decía 'quédate tranquilo, ya termina esto, te volvés y vas a vivir'. Una
sensación increíble. Una enorme sensación de paz, un calor en el cuerpo".
Esa sensación que le dio el
pulóver le proveyó a Savage un ánimo
distinto. Se sintió más fuerte. Una vez con la chompa puesta, buscó comida, y
se alimentó con la desesperación de los 20 kilos perdidos. Comió tres panes de
manteca sola, casi sin masticar, según dice él comió aquello “como un perro”. Luego
de comer se abasteció con cajas de avena, fósforos, velas y azúcar, para las
posteriores misiones. Pero eso no fue lo único que tomó de allí: también tomó
fotografías de esa familia. Y al tomarlas se dijo a sí mismo: “A este lugar voy
a volver algún día y con esta gente voy a hablar”.
Y así fue. Veinticuatro años
después, en febrero de 2006. Miguel Savage volvió al lugar con el propósito de
cerrar ese capítulo de su historia. Dice que el corazón se le salía del pecho.
Revivió de pronto el temor de ese junio del 82 cuando ingresó por primera vez a
esa casa. Volvió a recordar ese peso perdido, ese uniforme, era como si el
pasado y el presente comenzaran a mezclarse.
Savage llevaba consigo aquel
pulóver que le salvó del frío de Las Malvinas, del frío de aquella guerra. Lo
tenía enmarcado. Se encontró con una de las hijas de aquel matrimonio, su
nombre era Lisa Lowe, a ella le entregó aquella prenda con una nota en la que le
expresaba su agradecimiento. Le contó a Lisa que aquel pulóver le salvó de la
muerte, que le dio el ánimo para sobrevivir y para volver algún día aquella
casa para devolvérselo.
Lisa, recibió la chompa y de
inmediato la reconoció: era el abrigo de su padre, que hacía años había
fallecido.
"Esa casa fue como un
salvavidas en el océano para mí. Esa casa y ese pulóver me salvaron la vida",
recuerda ahora Miguel Savage, lejos ya de los horrores de la guerra, lejos del
frío, del hambre y de la muerte.
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