Los misterios de Mark Twain: telepatía, sueños premonitorios y coincidencias imposibles
Por Expediente Oculto
Aunque el nombre de Mark Twain es sinónimo de literatura, humor y crítica social, su vida también estuvo marcada por sucesos que desafiaron toda lógica. A pesar de su escepticismo hacia las doctrinas religiosas tradicionales y su mente racional, Twain experimentó fenómenos personales que lo llevaron a reflexionar sobre realidades que escapaban al entendimiento científico de su época. Estos episodios, extraños y profundamente humanos, revelan una faceta menos conocida del escritor: la del hombre que no podía ignorar lo inexplicable.
Nacido bajo un cometa, marcado por el misterio
Mark Twain nació en 1835, el mismo año en que el cometa Halley atravesó los cielos con su estela brillante. Para muchos de sus amigos y biógrafos, este detalle fue más que una coincidencia. Se decía que Twain no parecía de este mundo, como si perteneciera a otro plano de existencia. El vínculo entre él y el cometa fue tan simbólico que incluso su biógrafo Albert Bigelow Paine sugirió que Twain había venido a este mundo con el Halley y que se iría con él.
Desde joven, Twain se sintió fascinado por los misterios del tiempo y el espacio. Durante las noches solía contemplar el cielo, reflexionando sobre el Cielo y el Infierno, y burlándose de las descripciones ortodoxas de ambos. Para él, estos relatos religiosos carecían de credibilidad, pues eran construcciones humanas sin testigos que los respaldaran. Aun así, no dejó de creer en la existencia de fuerzas superiores. Observó ciertos fenómenos psíquicos, que la ciencia no podía explicar, y con el tiempo se convenció de que la mente humana poseía capacidades aún no comprendidas.
Twain se mostraba escéptico, sí, pero no negaba lo que experimentaba. Su vida estuvo llena de momentos en los que pensamientos y sentimientos parecían transmitirse entre personas sin necesidad de palabras. Su relación con su esposa Olivia le ofreció numerosas pruebas de lo que él llamaba "telepatía mental", pues ambos solían expresar el mismo pensamiento al mismo tiempo. Lo consideraba demasiado frecuente como para ser mera casualidad.
Una idea compartida sin palabras
Uno de los episodios más impactantes en la vida de Twain ocurrió con su viejo amigo Dan de Quille, un minero con el que compartió experiencias en el oeste. Una mañana, mientras aún estaba en cama, Twain tuvo la idea de escribir un libro sobre las minas de plata de Nevada, y hacerlo en colaboración con Dan. Aunque no había tenido noticias de él durante años, decidió redactar una carta proponiéndole el proyecto, ofreciendo incluso pagar sus gastos para que se reunieran en el Este. Sin embargo, antes de enviarla, se arrepintió. No era el momento adecuado y decidió guardar la carta en su escritorio.
Diez días después, mientras conversaba con un amigo, llegó una carta. La letra le resultaba familiar. Antes de abrirla, Twain aseguró que provenía de Dan y que contenía la misma propuesta que él había pensado. Describió con precisión el contenido antes de que su amigo la leyera. Cuando este finalmente abrió la carta, encontró exactamente lo que Twain había dicho: Dan le proponía escribir juntos un libro sobre sus aventuras mineras, quería viajar al Este, y pedía ayuda con los gastos. Twain, sin dudarlo, mostró entonces la carta que nunca había enviado, aún sellada.
Para él, no había dudas que sus pensamientos habían alcanzado la mente de Dan, quien los tomó como propios, y aunque no pretendía entender completamente su mecanismo, lo aceptaba como una realidad evidente.
Una tragedia anunciada en sueños
Otra vivencia profundamente perturbadora fue el sueño que tuvo con su hermano Henry. En esa visión, Twain lo vio muerto, tendido en un ataúd metálico, con un ramo de flores blancas en el pecho y una sola flor roja en el centro. Antes de que su hermano partiera en el barco de vapor Pennsylvania, Twain lo previno. Le pidió que, en caso de accidente, no perdiera la calma y ayudara a los demás. También le aconsejó lanzarse al río si era necesario, asegurándole que podría nadar hasta la orilla.
Días después, Twain recibió la trágica noticia que el Pennsylvania había explotado y Henry estaba entre los heridos. Al reencontrarse, Twain supo que su hermano había seguido sus instrucciones, ayudando a mujeres y niños antes de intentar escapar. Sin embargo, sufrió graves quemaduras y murió poco tiempo después. Lo más escalofriante fue descubrir que el cuerpo de Henry estaba dispuesto tal como lo había visto en su sueño. Incluso el ramo de flores apareció, con una sola flor roja colocada por una anciana que llegó justo en ese momento.
Este tipo de experiencias no podía atribuirse a simples coincidencias. A lo largo de su vida, Twain experimentó varias situaciones similares que lo obligaban a reconsiderar los límites de la mente humana. En 1906, por ejemplo, necesitaba con urgencia un artículo que había publicado años antes en la Unión Cristiana. Buscó sin éxito en sus archivos y en la editorial. Días después, mientras caminaba por Nueva York, un desconocido se le acercó y le entregó un grupo de recortes. Eran precisamente los que buscaba. El hombre, sin conocerlo, le dijo que había pensado enviárselos y, al verlo, decidió entergárselos.
Las probabilidades de que algo así ocurriera por casualidad eran, para Twain, prácticamente nulas. Lo consideraba una prueba más de que la mente humana tenía capacidades aún inexploradas. Creía que, con el tiempo, estas habilidades podrían abrir nuevas puertas al conocimiento y transformar la comprensión de la realidad.
El cometa como símbolo y despedida
A pesar de su escepticismo declarado sobre la existencia de una vida después de la muerte, Twain mantenía una esperanza íntima en ella. A su biógrafo le confesó que, aunque no tenía pruebas, esperaba que existiera un más allá. Y en una de sus frases más célebres, expresó su deseo de marcharse de este mundo junto con el cometa Halley, tal como había llegado con su nacimiento.
Y aunque parezca increíble, ese deseo se cumplió. El 21 de abril de 1910, justo cuando el cometa reaparecía en los cielos, Mark Twain falleció. Muchos imaginaron su alma cabalgando sobre la cola del Halley, acompañado por Tom Sawyer y Huckleberry Finn, rumbo a la Eternidad. Tal vez, en ese momento final, el escritor comprendió por fin los secretos que durante toda su vida había intuido, pero que la ciencia aún no podía explicar.
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