La vez que un presidente peruano tiró la banda presidencial por el balcón harto de las protestas de la gente
TIRAR LA BANDA POR EL BALCÓN
Por Don Ricardo Palma
El hecho, en lo sustancial, es positivo, y hasta puedo afirmar que me consta, como que a la sazón era yo un granujilla de once años y medio de edad; pero es inexacto en lo atañedero al lugar de la acción.
Desde que con la caída del presidente La-Mar, después de la batalla del Portete, se fundó por el general Gamarra una era de revoluciones y motines de cuartel, raro fue el año sin dos, tres y aun cuatro presidentes en Lima, hasta que el general Castilla vino, en 1844, a echar llave y candado al manicomio suelto de los ambiciosos, que no otra cosa que un manicomio era el Perú.
Disputábanse la presidencia los generales Vivanco y Castilla—un buen mozo y un mozo valiente,— y Lima acataba la autoridad del primero en la persona de don Manuel Menéndez, que no era militar, sino acaudalado agricultor, presidente del Consejo de Estado, y como tal, llamado por la ley a ceñir la banda presidencial en los casos de ausencia o enfermedad del mandatario supremo. Fastidióse un día Menéndez y cedió el poder y la insignia al vicepresidente del Consejo, doctor don Justo Figuerola, quien gobernó poquísimos días—desde el 15 de Marzo de 1843 hasta el 8 de Abril, en que llegó Vivanco.
Cuando el Supremo Director tuvo que abrir campaña contra Castilla, volvió Menéndez a ejercer en Lima la suprema autoridad, y el 10 de Agosto de 1844, después de una rabieta palaciega, encaminóse a casa de Figuerola, y venciendo la obstinada resistencia de éste, consiguió al fin que el amigo accediese a sustituirlo.
Era el doctor Figuerola un respetabilísimo magistrado, hombre esencialmente benévolo y servicial, y reputado como el primer latinista de mi tierra. Decíase de él que sabía más latín que todos los famosos predicadores de su época por los que las beatas que diariamente rezan más padrenuestros que pulgas tiene un perro en el verano, creen hacer piramidal encomio cuando dicen que su sermón estuvo empedrado de latines.
En resumen: el doctor Figuerola era lo que todo el mundo califica de un buen señor; y ya se sabe que, en política, con los buenos no se va a ninguna parte.
Vivía el señor Figuerola en la calle de Plateros de San Agustín, en la casa que hoy colinda con la famosa dulcería de los hermanos Broggi, casa que continúa perteneciendo á la nieta y biznietos del magistrado.
El 11 de Agosto, esto es, al día siguiente de estar actuando de gobierno, a poco más de las seis de la tarde, se presentó en la calle una poblada, dando gritos subversivos y amenazando echar abajo la puerta de la casa, que un criado había atinado a cerrar con oportunidad.
En esos tiempos en que aún no habían desaparecido los hábitos coloniales, se comía en toda familia de buen gobierno a las cuatro en punto de la tarde. El señor Figuerola, sesentón achacoso, se cuidaba mucho de no respirar la húmeda atmósfera vespertina, y acababa de acostarse en el lecho.
Informado por su portero de lo que en la calle ocurría y de la pretensión de los bullangueros, llamó á su hija política y la dijo: —Catalina, saca la banda que está en el primer cajón de la cómoda, abre la celosía del balcón y dile de mi parte al pueblo soberano que ahí va la banda para que disponga de ella a su regalado gusto. Añádeles que digo yo que me dejen tranquilo, y que se vayan al mo...ntón; (no fue precisamente esta, sino otra de acentuado criollismo, la que empleó).
Y no me digan que invento, pues la escena me fue referida hará aproximadamente cuarenta años, por la señora Catalina. En poco o nada discrepaba de lo que yo había oído contar en la misma noche del barullo.
La turba, en posesión de la
banda, se retiró victoreando al señor Figuerola, y se echó a buscar, a quien
ceñírsela. Y, ¡cosa rara! esa prenda tan codiciada y que se obtenía después de
mucho derramamiento de sangre, no encontró quien quisiera engalanarse con ella.
Los notables de la ciudad impusieron entonces a Menéndez el deber patriótico de
investir nuevamente la insignia de que tres días antes se despojara, y se
escribió a la vez al general Castilla, instándolo para que apresurara su viaje
a la capital. El 5 de Octubre, investido con el carácter de presidente
provisorio (y no provisional, como impone la Academia que se diga y escriba),
le entregó Menéndez la asendereada banda.
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