ABRAHAM VALDELOMAR ENTREVISTA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS
En este mes de octubre les dejamos una entrevista del gran literato, periodista y poeta peruano, Abraham Valdelomar nada menos que al Señor de los Milagros (así era de soberbio el Conde de Lemos)
Espero que lo disfruten:
(La Prensa, 20 de octubre de 1915. Pág. 3)
Reportaje al Señor de los Milagros
por Abraham Valdelomar
Desde la ófrica personalidad de Apolinario Arzola, hasta la más iluminada pitonisa criolla de Abajo del Puente, aquí hemos reporteado a todo e mundo. El reportaje, lo mismo que el alcohol y el código de justicia militar, no han servido de uso sino de abuso. Y tanto es cierto aquello que hoy, aprovechando de la importancia que tenemos los periodistas, gracias a los esfuerzos de los señores Vivanco y Walter Stubbs, hemos resuelto reportear al Señor de los Milagros...
Nos dirigimos a su Iglesia. Un sacristán tuerto y hostil, que mejor estaría de limpiabotas en el infierno nos recibe.
• ¿Qué deseaba usted, hermano?
- Me extraña el parentesco y respondo:
- Quisiera hablar con el Señor...
• Imposible. Está almorzando.
- ¿Almorzando?
• No pregunta usted por el señor Cura?
- No. Yo deseo hablar al Señor de los Milagros
• Pero ¿está usted loco?
- Concluyamos, señor sacristán. ¿Está aquí el Dios hijo o no está?
• Pues bien. El Señor no está aquí.
- ¿Qué?
• Que no está aquí. El Nuevo Venerado Señor está en la calle. Ha salido...
- Pero no sea usted bruto, hermano. Está usted haciendo una afirmación heterodoxa. Su negativa es de gravedad trascendental para la Iglesia. Al decir que Dios no está aquí está usted desmintiendo a las Sagradas Escrituras, el libro de Job y la tercera página del Catecismo...
• ¿Por qué?
- Porque Dios está en todas partes, joven sacristán. Y otra vez no vuelva a hacer afirmaciones que comprometan el dogma.
• Es que hoy es día de procesión. El Señor de los Milagros está ahora por la Encarnación.
Y salí. Me dirijo a la Encarnación. La multitud se va deteniendo en la plazoleta como la empalizada de una remanso ante un tronco viejo. Esta humanidad mestiza y creyente comienza a hervir como una paila de miel de chancaca. El incienso, a manera de vapor, envuelve en su azul diafanidad los balcones circundantes, y atraviesa la enorme parrilla de los hilos eléctricos. Sobre la morada masa, entre la nube perfumada, revolotean, haciendo coronas, las palomas castas. En las manos de chivillas octogenarias, sahumadores de filigrana de plata realizan el espiritual prodigio de echar humo perfumado bajo las plumas de la cola. La multitud llena de trajes morados lilas, azules y negros, parece un crepúsculo hecho pedazos. Una cara negra, gorda grande, grasosa y femenina, mira arrobada los pendones. Un negrito sopla un sahumador; tal el demonio atizando una hoguera. Vense con profusión, mesas de vivanderas, balaes de bizcochos cabezones como niños recién nacidos, jarrones de chicha. Fraternizan en el ambiente el perfume divino del incienso y el criollo olor de anticuchos. Dos señoritas “que no son menos que nadie” cuchichean en voz baja. Los turroneros imponen su mal castellano sobre las voces breves de la multitud. Jóvenes “decentes” cuyos zapatos de cañas claras testifican la nacional preocupación de los pies, dicen piropos. Un grupo de periodistas comenta y recoge impresiones. Hablan del “olor de siglos”, el “perfume del pasado”, “la amable tradición”, “la pompa magnífica de los días idos”, de “la Perricholi”, de los turrones... El pasado -dice uno- es esto: unos negros cabezones vestidos de morado, unos cánticos, un cuadro al óleo, un olor de sahumerio y de jornada cívica y los turrones...
Por fin llego a los pies de la mística y venerada imagen. En ese instante el anda hace una venia que contesto, y se detiene. Entonces comienzo:
- Señor. Yo te amo y soy tu siervo, porque eres humilde y vienes de humildes; el obispo de Ayacucho tiene coche y acólitos y sin embargo Tú sabes que no lo visito. Vengo a ti pues, sincera y desinteresadamente... Te amo y reverencio por haber nacido en un establo, por ser hijo de un carpintero, porque recibiste el aliento de una vaca mansa, porque tu padre fue el único hombre que montó a burro y no fue ridículo; porque, desengáñate, Tú no eres un Dios de poderosos y de reyes sino de humildes y dolientes, de tristes y desconsolados, de pobres de hacienda, de cesantes. Tú eres, Señor, lo que faltaba en el mundo: la generosidad, el amor, la abnegación, la piedad; por primera vez trajiste al mundo ese consolador espejismo que se llama la esperanza; y el incomprobado beneficio de una vida de ultratumba. Qué bueno serías, que los hombres te crucificamos entre ladrones. Te hablo, Señor, con conocimiento de causa.
Aquí, ocurrió algo parecido con Billinghurst. El pobre tuvo en una sola persona a Judas y a Longino...
Aquí, ocurrió algo parecido con Billinghurst. El pobre tuvo en una sola persona a Judas y a Longino...
Yo vengo a Ti, Señor, porque tu sombra me conforta y enaltece. Soy un pobre creyente sin pretensiones y además, soy suscriptor de “La Unión”. Jamás he hecho contra ti campaña alguna. Soy ignorante y sin embargo, creo que Juliano el Apóstata no jugaba limpio contigo...
El lienzo se mueve ligeramente y una voz dulcísima se pronuncia:
- Te agradezco mucho. ¿Qué quieres?
- Dos cosas, Señor: ser tu cicerone y que me des un reportaje.
- Habla.
- Pues bien, Señor: ¿No te molestan estos cánticos chillones? Estas viejas que gritan. Tú, acostumbrado a la música celestial y a los coros de los Serafines... pero resígnate. Peor sería que trajeran a “la Chispita” ¡Ay! Eso es de correr...
- Doblemos esa foja...
- Doblada
- ¿Quién eres tú?
- Soy periodista, Señor y billinghurista..
- ¡Unn! ¡Periodista!. Gente nueva. En mi tiempo no había periodistas.
- Por eso te crucificaron sin protesta. Ya hubiera habido en Judea un diario de oposición para ver las cosas que le dijera San Pedro a Pilatos...
- Y a propósito de Billinghurst ¿qué se han hecho sus amigos?
- Cómo, Señor, ¿no te acuerdas del...
- ¿Otro 4 de febrero?
- ¡Ah! Sí. Allí tengo a Varela. Cierto ¿Y el otro?
- Ya no hay otro...
- ¿Cómo? ¿Y el provisorio?... ¿Cómo ya no le tenéis?
- No Señor, ya salió felizmente.
- ¿Otro 4 de febrero?
- No. Un catorce de agosto.
- ¿Y hubo muchos muertos?
- Como el 4 de febrero más o menos.
- Pues hijo, sois ingobernables.
- Así decía Piérola, Señor.
- Algo más, sois bellacos.
- Gracias.
El anda se pone en marcha. Siento un roce de alas y reconozco a Gabriel el arcángel, que invisible para los demás, besa los pies y las manos al Señor; este le dice en hebreo:
- Oye Gabriel. ¿Sabes que nos hemos equivocado? Esto adonde entramos me parece el valle de Josafat...
- No Señor -le interrumpo en castellano-. Esto no es el valle de Josafat. Esta es la plaza del Teatro Nacional.
- ¿Estáis haciendo teatro?
- Todos, Señor-. Y un momento después le digo:
- Señor, Señor. Quiero pedirle un favor grande, grande...
- Ya lo suponía. Por allí debiste comenzar.
- No. No quiero puesto. Tú también estarás haciendo economías. Además, los periodistas no nos atamos jamás, al yugo de las tareas administrativas. Quiero que me des permiso para retirarme y que me eches tu bendición, Señor.
- Cuenta con ella, pero no te vayas. Esto está interesante. Conversas muy bien.
- Gracias.
- No hay de qué.
- Te han llegado, Señor, algunas limosnas en billetes?
- No. Las limosnas aquí son de centavos. El único que da fuerte es el provisorio. Da en oro...
- ¿Y qué opinas de la desmonetización y de la escasez del circulante?
- Que sois todos unos sinvergüenzas...
- Esa es una opinión personal...
- ¡Que no lo cambia ni Dios!...
- Esta bien. Cada uno es libre de pensar...
- Es que los librepensadores no entran en mi reino.
- Pareces gobierno militar, Señor.
- No digas sandeces.
- ¿Y por qué no haces algo para aliviar nuestra situación?
- Porque estoy como cierto famoso rey. Reino pero no gobierno.
- Sí. Pero supongo que eres Tú quien inspira los editoriales de “La Unión”
- Dime ¿y se lee mucho mi periódico?
- Categóricamente te respondo: ¡No!
- ¿De manera que esos me engañan?
- No sé si te engañarán, pero no se lee.
- ¡Muy bien! Voy a hablar con San Pedro, para que les retire la subvención...
- Perdona, pero me parece que no te debes meter en eso. Porque si son los Dineros de San
Pedro...
- ¡Silencio!
- Amén.
- ¿Y qué piensas, Señor de la guerra europea? ¿Eres germanófilo? ¿francófilo quizás?
- Soy neutral. Tú sabes que en Alemania nació el arte gótico y en Francia Juana de Arco...
- Sí -le respondo-. Pero, Lutero era alemán, Martín Lutero, el estado social de Alemania, el siglo VIII, los luteranos, el Concilio de...
- ¿Me vas a hacer teatro de erudición, hijito?
- Perdóname Señor. Creí que estaba en la Universidad. Cruzamos por la esquina de Baquíjano.
- Dime -inquiere mi amable interlocutor- qué limpio noto esto. ¿Quién es el alcalde?
- El Señor Pedro de Osma y Pardo; yo di mi voto por él.
- Muy bien hecho.
- Pero lo único limpio aquí son las calles. Mejor no escudriñes.
- ¿Qué hay?
- Miseria, falta de sanción, poca vergüenza, deslealtad, doblez, perfidia, ignorancia, cretinismo, bellaquería, mal olor, cleptomanía, insidia...
- Pues hay que componer esto.
- No, esto no lo compone ni Dios.
- ¡Silencio!
- Así sea.
- ¡No es que así sea, sino que así es! -responde colérico.
- Pues bien así es, pero dame permiso para retirarme...
- ¿Te has molestado?
- Sí. Porque yo no me dejo gritar por nadie. Por eso dejé un puesto en la casa Grace. Con que...
- Pero ¿quo vadis filis?
- Me voy donde Broggi. Tengo una cita con el diputado Gasco, liberal...
- Pero ¿tú sabes latín?
- No.
- ¿Francés?
- Así... así...
- ¿Inglés?
- Pero crees, Señor, que si yo supiera tres idiomas estaría en la procesión de los Milagros?
- En verdad, en verdad te digo, que eres bestia pero no tonto...
- Es favor...
- No. Es justicia.
La divina mano echó sobre mi redonda cabeza de mestizo una bendición generosa y yo me abrí paso para llegar a la imprenta, lleno de sudor, y el alma envuelta en una inefable placidez trascendental y mística.
¡La paz del Señor sea con vosotros!
El Conde de Lemos.
(Seudónimo de Abraham Valdelomar)
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