La Familia Extraterrestre que almorzó en un Motel: ¿Alienígenas entre nosotros?

 


El fenómeno ovni ha dejado huellas en múltiples relatos a lo largo del tiempo, muchos de ellos llenos de detalles desconcertantes. Entre estas historias destaca un suceso ocurrido en mayo de 1970 en los suburbios de St. Louis., Missouri, en los Estados Unidos. Lo que comenzó como un día común en un motel terminó por convertirse en uno de los testimonios más curiosos recopilados por el ufólogo John E. Schroeder.

Lo narrado por empleados de un motel y un restaurante en aquella ciudad parece sacado de una película de ciencia ficción, sin embargo, fue descrito como una experiencia real que dejó confundidos a todos los testigos. Una extraña familia llegó al lugar, pidió alojamiento y cenó en el restaurante del establecimiento. Lo peculiar no fue solo su aspecto, sino también su forma de actuar, de comunicarse y de desaparecer sin dejar rastro.



La llegada inesperada de los visitantes

El 15 de mayo de 1970, a las 10 y media de la mañana, Dorothy Simpson se encontraba trabajando en la recepción del motel. Ella era además miembro del UFO Study Group of Greater St. Louis, lo que más tarde daría relevancia a su testimonio. Mientras revisaba documentos de facturación escuchó un sonido parecido a un suspiro silbante. Al levantar la vista observó a cuatro diminutas personas frente al escritorio.

Se trataba aparentemente de una familia compuesta por un hombre, una mujer y dos niños. Lo que más llamaba la atención era que todos tenían un aspecto juvenil y una apariencia física muy similar. Los niños apenas se diferenciaban en altura de los adultos, quienes no alcanzaban siquiera el nivel del mostrador. A pesar de su baja estatura, vestían con elegancia. Los hombres llevaban trajes a la medida y las mujeres vestidos en tonos melocotón.

Un detalle curioso llamó la atención de Simpson. El cabello de estas personas no parecía natural y sospechó que se trataba de pelucas. El hombre se dirigió a ella con voz aguda, preguntando insistentemente si había una habitación disponible. Cuando Dorothy explicó los precios, él no pareció entender y buscó con la mirada a su acompañante, aunque la mujer permaneció en silencio. Finalmente sacó de su bolsillo un fajo de billetes de gran denominación, tan nuevos y crujientes que la recepcionista pensó que podían ser falsos. Tras una rápida verificación, comprobó que eran auténticos.

Dado que el hombre era demasiado bajo para llenar el formulario de registro, Dorothy se ofreció a hacerlo por él. El visitante dijo llamarse A. Bell. Fue entonces cuando la recepcionista pudo observar mejor sus facciones. Según las descripciones recopiladas por Schroeder, tenían ojos grandes y oscuros, ligeramente rasgados. Sus rostros eran anchos a la altura de los ojos pero se estrechaban de manera abrupta hacia la barbilla. Las narices carecían prácticamente de puente y solo mostraban dos aberturas. Las bocas eran mínimas, sin labios, no más anchas que las fosas nasales. El tono de la piel variaba según los testigos, entre perla, rosa pálido y gris claro.

Cuando Simpson preguntó de dónde venían, el hombre levantó el brazo señalando al cielo y respondió que venían de arriba. Su compañera lo interrumpió, bajándole el brazo, y afirmó que eran de Hammond en Indiana, proporcionando incluso una dirección. Al firmar el registro, el hombre lo hizo de manera tan torpe que parecía no estar familiarizado con el uso de un bolígrafo. Acto seguido, la mujer quiso saber dónde podían comer y Dorothy les indicó la dirección del restaurante del motel.

El gerente, intrigado por la situación, pidió a la recepcionista verificar la dirección proporcionada. El resultado fue desconcertante. Tanto el nombre como la dirección eran falsos. El botones también revisó el estacionamiento en busca de un vehículo con matrícula de Indiana, pero no encontró ninguno.



Una cena fuera de lo común

Cuando la familia llegó al restaurante, la anfitriona notó un detalle llamativo. Incluso los adultos apenas lograban que sus barbillas alcanzaran la altura de la mesa. El hombre comenzó a leer el menú en voz alta y formulaba preguntas extrañas sobre el origen de los alimentos más comunes, como la leche o los vegetales. Finalmente, la mujer ordenó guisantes y leche para ella y los niños, mientras que para el hombre pidió guisantes, un pequeño filete y agua.

El modo en que comieron resultó aún más sorprendente. Cada uno tomaba un solo guisante con el cuchillo y lo llevaba a la boca aspirándolo con un sonido de succión. El hombre intentó comer un trozo de carne, pero su diminuta abertura bucal le impidió lograrlo. Todos dejaron de comer exactamente al mismo tiempo, como si hubieran estado sincronizados. Al pagar, el hombre entregó un billete de veinte dólares. Cuando la mesera regresó con el cambio, ellos ya no estaban.



Misterio en el motel y desaparición sin rastro

El botones volvió a encontrarse con la familia para acompañarlos a su habitación y llevar sus pertenencias. Cuando la puerta del ascensor se abrió, los visitantes reaccionaron con miedo y confusión, como si nunca hubieran visto un elevador. El botones los tranquilizó y finalmente los condujo a la habitación. Al encender las luces, el hombre comenzó a gritar, preocupado de que la iluminación dañara los ojos de los niños. Asustado por la reacción, el botones salió apresuradamente sin esperar propina.

Dorothy Simpson, el gerente y el botones decidieron vigilar su salida al día siguiente. Sin embargo, los peculiares huéspedes jamás fueron vistos de nuevo. El único acceso para salir sin activar la alarma era la puerta principal, pero los registros mostraban que no hubo incidentes con el sistema de seguridad.

Este hecho desconcertó a todo el personal. Schroeder entrevistó a cinco empleados que interactuaron directamente con ellos. Todos coincidían en que no se trataba de una broma ni de una exageración, sino de una experiencia genuina que aún los mantenía perplejos.


Un caso que sigue generando preguntas

El episodio ocurrido en St. Louis en 1970 sigue siendo un relato extraño dentro de la ufología. La descripción de los protagonistas, sus gestos poco comunes, la forma en que pagaron con dinero real pero proporcionaron datos falsos y su desaparición inexplicable convierten este hecho en un misterio.

John E. Schroeder, gracias a la ayuda de Dorothy Simpson y los demás empleados, pudo reunir un testimonio colectivo coherente que desafía las explicaciones convencionales. ¿Fueron simples personas con características físicas inusuales? ¿Se trató de un montaje bien planeado? ¿O, como insinuó el propio hombre levantando su brazo al cielo, eran realmente visitantes de otro lugar?

Hasta hoy, el caso sigue abierto a interpretaciones. Lo cierto es que los testigos mantuvieron su versión y no obtuvieron ningún beneficio de contarla. La historia se suma a la larga lista de sucesos misteriosos que rodean el fenómeno ovni y que continúan despertando la curiosidad de investigadores y lectores interesados en lo inexplicable.


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