HISTORIAS PARA REFLEXIONAR: LA HISTORIA DEL ERIZO QUE QUERÍA SER BELLO




Había una vez un erizo que a pesar de tener un carácter muy alegre y cariñoso, se sentía muy feo. Debido a su fealdad, un día decidió vivir en sitios apartados, esconderse en matorrales sombríos, para así no tener que hablar con nadie y para que nadie lo viera. Sólo se atrevía a salir de su escondite en altas horas de la noche cuando ya no había nadie, pero si se daba el caso, de que incluso en esas horas oía algunos pasos, rápidamente erizaba sus púas y convertía su cuerpo en una bola para así ocultar su rostro de los ojos de los demás y poder ocultar su fealdad.

Una vez, alguien mientras caminaba, encontró esa bola de púas a mitad del camino. La levantó con cuidado y se la llevó al pueblo y allí, en vez de rociarla con agua o arrojarle humo, como aconsejan que se debe hacer cuando uno se encuentra con una bola de erizo, tomó una sarta de perlas, cristales y demás piedras preciosas, además de falsas luciérnagas y mariposas luminosas y de varios colores para colocarlas en las agujas del erizo y convertir así esa bola fea y peligrosa en un objeto bello y colorido. 




Pronto, muchas personas se acercaron a ver a aquel erizo y todos quedaron fascinados por la belleza del animal. Todos admiraban su belleza, su resplandor. El erizo, oculto en sí mismo, escuchaba los halagos y los aplausos que todas esas personas le  hacían, y lloraba de felicidad pues por fin sabía que era un animal bello y admirado. Sin embargo, por más que deseaba ver a todas esas personas, no se atrevía a salir de su posición de bola por temor a que se le desprendieran los adornos y las piedras preciosas que le habían colocado en sus espinas.

Es por eso que el erizo prefirió quedarse así, y así permaneció durante todo el verano a pesar de que deseaba comer y beber un poco de agua. Pasaron varios meses y al llegar los primeros vientos fríos del invierno, el erizo no pudo resistir más y murió de hambre y de sed.



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