BALTAZAR GAVILÁN: EL ESCULTOR QUE MURIÓ AL VER A LA MUERTE
Obra El arquero de la Muerte de Baltazar Gavilán.
Por Percy Taira
Continuando con este repaso
por las historias extrañas o curiosas de la antigua Lima que hemos iniciado
desde hace tiempo ya en Expediente Oculto, hoy queremos hablarles de don
Baltazar Gavilán, un escultor con fama de loco, ebrio y galán de la época colonial
de quien se dice murió al ver nada menos que la imagen de la muerte.
Pero esta historia como toda
historia tiene un inicio y un final, así que iremos por partes.
El inicio de un amor
Cuenta la historia que en
1734, en la vieja Lima, entonces llamada Ciudad de los Reyes, vivía un hombre
galante llamado Baltazar Gavilán de 26 años, quien estuvo perdidamente
enamorado de una joven llamada Mariquita Martínez. Esta joven, al parecer, era
de extraordinaria belleza y no tuvo reparos en desdeñar los avances románticos
de su pretendiente. Cuenta el tradicionista Don Ricardo Palma, en sus
Tradiciones Peruanas, que su belleza era como una “perla” y que tenía más
gracia andando “que un obispo confirmando”.
Y agrega: “En las noches de
luna era cuando había que ver a Mariquita paseando, Puente arriba y Puente
abajo, con albísimo traje de zaraza, pañuelo de tul blanco, zapatito de cuatro
puntos y medio, dengue de resucitar difuntos y la cabeza cubierta de jazmines.
Los rayos de la luna prestaban a la belleza de la joven un no sé qué de
fantástico; y los hombres, que nos pirramos siempre por esas fantasías de carne
y hueso, le echaban una andanada de requiebros, a los que ella por no quedarse
con nada ajeno, contestaba con aquel oportuno donaire que hizo proverbiales la
gracia y la agudeza de la limeña”.
Pues de esta mujer se enamoró
perdidamente Baltazar Gavilán, y tal fue la rabia de este señor que Mariquita
no accediera a sus invitaciones que una noche, a manera de venganza, pasó al
lado de ella con unas tijeras en la mano y con gran destreza le cortó una de
las trenzas de sus cabellos, las cuales,
según varios autores, dicen que eran largas y hermosas, y un orgullo de vanidad
de la joven agraviada.
Cuenta Palma que la confusión
del hecho fue total. Mariquita hizo una “pataleta”, la gente huyó del lugar a
gritos, tal fue el escándalo que en Palacio de Gobierno, al oír el barullo
pensaron que los piratas habían invadido Lima. Al final, nos dice el
tradicionista, Mariquita se quedó “mocha” y para que no le llamasen en la
malvada Lima, “Mariquita la pelona”, se ocultó de la sociedad, ingresó a un
beaterio y no se volvió a saber de ella.
El artista que se volvió famoso
Mientras esto pasaba, cuenta don
Hermilio Valdizán, considerado como el padre de la psiquiatría peruana, en su
libro “Locos de la colonia” de 1919, que una vez cometido el acto, el agresor
huyó al convento de San Francisco, cuyo guardián, era su padrino. Allí buscó
refugio y como dice el citado autor: “estúvose en la santa casa esperando le
perdonaran la autoridad y el tiempo, que es también autoridad y sabe también
perdonar."
Durante sus días de refugio, Gavilán
se dedicó al arte, pasaba las horas de vida monástica haciendo esculturas con
la madera, ya sea bustos de la Virgen, de Cristo, de los Reyes Magos, entre
otros. Se dice que tenía un talento natural para este oficio y el nacimiento
del niño Jesús que hizo en el monasterio causó gran admiración en la sociedad
de limeña que rápidamente olvidó sus males y se ganó el título de gran artista,
tanto que llegó a ser conocido incluso por el propio virrey de aquella época el
marqués de Villagarcía. Es más, fue propio virrey que luego de ver la calidad
del artista, dejó que Gavilán fuera perdonado del incidente de la trenza, que
había ocurrido hacía tres años.
La escultura que dio muerte al escultor
Ya en liberta y perdonado por
la sociedad y el propio virrey, Gavilán dio riendo suelta a su nuevo estatus
dentro de la sociedad limeña. Valdizán señala que este hombre se entregó
desenfrenadamente al consumo de alcohol. Nos cuenta lo siguiente:
“No se sabe si fueron penas de
amor o qué penas fueron las que llevaron a Gavilán a beber con desenfreno y
contra toda prudencia; pero sí se sabe que era sin fatiga cuando de beber se
trataba y que hizo sus mejores esculturas en completo estado de embriaguez."
Ya en esos tiempos, los padres agustinianos le encomendaron al artista realizar una escultura de la
muerte para ser usada en las procesiones de Jueves Santo, llamada también
procesión de las ánimas. Los religiosos así como varias autoridades limeñas
quedaron encantados con esa obra de más de dos metros de altura. La escultura fue
bautizada como El arquero de la Muerte y se dice que era la imagen perfecta de
la parca, cadavérica, armado con un arco y una flecha amenazantes, además de otras características tétricas. Evidentemente esta
felicitación fue para Gavilán un nuevo triunfo en su carrera artística, y como
tal, la celebró.
Cuenta Palma que esa noche Baltazar
Gavilán se dio una verdadera borrachera. Ya de noche, a las diez de la noche
para ser exactos, volvió a su casa “agarrándose de las paredes” y como pudo
ingresó a su habitación, encendió una vela de sebo para alumbrar tenuemente su
dormitorio y se echó a su cama.
Narra el tradicionista, que el
escultor se despertó de pronto a la medianoche, y seguramente atontado aún por
el alcohol y por el sueño, había olvidado la escultura de la muerte que había
realizado y por la que había celebrado tanto. Cuenta que a la luz de la vela,
el artista vio la figura de dos metros de su escultura y creyó verdaderamente
que se trataba de la mismísima muerte. Gavilán entonces lanzó gritos horribles
que espantó a los vecinos que por las incoherencias que gritaba no entendían el
motivo de esos gritos. Dice Ricardo Palma que el famoso artista colonial murió
loco del susto ante esa ilusión terrorífica que le propició su propia obra.
Para Hermilio Valdizán, sin
embargo, el diagnóstico fue muerte por intoxicación aguda producto del alcohol,
delirium tremens, o agitación motora intensa, algunos sin embargo, recordaron
el mal que le hizo a la bella y joven Mariquita Martínez, y quién sabe, quizá la
justicia que ella siempre esperó.
Por cierto, la escultura El
arquero de la muerte, de Baltazar Gavilán, aún existe y se encuentra guardada
en la Iglesia de San Agustín, lamentablemente, es mostrada muy poco en
exhibiciones al público y su última aparición en una procesión fue hasta
finales de 1800.
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