¿CÓMO ES EL CIELO? TESTIMONIO DEL DR. EBEN ALEXANDER – PARTE I
Por Percy Taira
Pues bien amigos, este es el
primer post de los que espero, sean muchos más porque en verdad es un tema que
me particularmente me interesa. La idea, es colocar en estos post, una serie de
testimonios de personas que estando en una Experiencia Cercana a la Muerte
(ECM) aseguran haber visto e incluso, haber vivido un buen tiempo, en el cielo.
En este post, vamos a conocer el
caso del doctor, profesor de neurocirugía de la Escuela de Medicina de Harvard,
Eben Alexander.
El doctor de Harvard que vio el cielo
Luego de haber ingresado a un
coma profundo en el 2008, la vida del neurocirujano Eban Alexander, cambió para
siempre. Su visión fría, pragmática y “realista” de la vida, dio un giro de 180
grados, cuando tuvo esta Experiencia Cercana a la Muerte, y tuvo una visión de
lo que él no dudó en calificar como el cielo. Pero ¿qué es lo que vio?
En su libro “La prueba del
cielo”, el Dr. Eben Alexander, narra que antes de llegar a ese nivel o mundo,
que llama cielo. Se encontró en un lugar que él denomina como Inframundo. Él lo
describe como un lugar oscuro pero con una oscuridad visible “como si estuvieras
sumergido en barro y aun así, fueses capaz de ver. O en una especie de gelatina
sucia. Transparente, pero de un modo borroso, claustrofóbico y asfixiante”.
Cuenta Alexander, que también
en ese lugar escuchó un ruido que era como “un palpitar profundo y rítmico”
como el de un corazón, o como algo metálico, como si un “gigantesco herrero
subterráneo estuviera golpeando con un enorme martillo una pieza sobre un
yunque en la distancia”.
En su relato, el doctor,
señala que no tenía cuerpo, o por lo menos, no sentía que lo tuviera. También
sentía que había perdido el idioma, las emociones, la lógica, es decir, como si
“hubiera sufrido una regresión a un estado del ser propio del principio de los
tiempos, tan lejano quizá como la primitiva bacteria que, sin que yo lo supiera,
había invadido mi cerebro y lo había obligado a apagarse”.
Sin embargo, poco tiempo
después (aunque eso de “tiempo” es un decir pues como dice el doctor, uno no es
consciente de eso tampoco) comenzó a reconocer algunas de las cosas o las
materias que lo rodeaban. Vio entonces una especies de raíces o vasos
sanguíneos a su alrededor que emitían un fulgor rojizo. Él asegura que las veía
como si fuera un topo o un gusano, como si estuviera enterrado en la
tierra. Comenzó a sentirse incómodo.
Luego vio unos rostros grotescos de animales que brotaban del lodo, emitiendo
un gemido o aullido. Luego las sensaciones aumentaban.
“Cuanto más crecía mi sentido
del yo —un yo separado de la oscuridad fría y húmeda que me rodeaba—, más desagradables
y amenazantes se tornaban las caras que brotaban de la negrura. Los rítmicos
latidos en la distancia se intensificaron también y se hicieron más claros y
fuertes, como si alguien estuviera marcándole el ritmo de trabajo a un ejército
de obreros subterráneos similares a trolls, entregados a una tarea interminable
y de brutal monotonía. A mi alrededor, los movimientos se volvieron menos
visuales y más táctiles, como si unas criaturas parecidas a reptiles o a
gusanos correteasen en tropel junto a mí y me rozaran accidentalmente con sus pieles
suaves o espinosas al pasar.
Entonces empecé a captar un
olor: un poco como a heces, un poco como a sangre y un poco como a vómito. Un
olor de naturaleza biológica, en otras palabras, pero de muerte biológica, no
de vida. A medida que mi conciencia iba afirmándose con mayor fuerza, sentí que
el pánico empezaba a apoderarse de mí. Fuera quien fuese o fuera lo que fuese,
yo no pertenecía a aquel lugar.”
Es en ese momento, en que
según cuenta el neurocirujano, que vio una presencia que se aproximaba a él, y
que le pareció el ser más extraordinario y bello que había visto jamás. Cuenta
Alexander lo siguiente:
“Algo había aparecido en medio
de la oscuridad. Giraba lentamente e irradiaba unos delicados filamentos de luz
blanca y dorada que comenzaron a agrietar y disolver la oscuridad que me
rodeada.
Entonces oí algo nuevo: un
sonido viviente, como la pieza musical con más matices, más compleja y más hermosa
que hayas escuchado nunca. Fue cobrando mayor fuerza a medida que descendía una
luz pura y blanca, y su llegada aniquiló aquel monótono pálpito mecánico que hasta
entonces, y aparentemente durante eones, había sido mi única compañía.
La luz se fue acercando más y
más, girando y girando, con unos filamentos de luz blanca y pura que, pude ver
en aquel momento, estaba teñida aquí y allá de matices dorados. Entonces, en el
centro mismo de la luz apareció algo. Enfoqué mi percepción sobre ella,
tratando de adivinar lo que era. Una puerta. Ya no estaba mirando la luz
giratoria, sino a través de ella”.
Luego cuenta que comenzó a ascender
a través de esa puerta y se topó luego con un mundo completamente nuevo.
Brillante y asombroso. A sus pies, se extendía un paisaje, verde, frondoso,
parecido al de la Tierra. Según el doctor, si bien el paisaje era nuevo para
él, alguna parte de él, sentía que sí lo conocía. El doctor señala que volaba sobre ese
paisaje, “por encima de árboles y campos, arroyos y cascadas y, de vez en
cuando, personas. Y también niños, niños que reían y jugaban. La gente cantaba
y bailaba en círculos y, puntualmente, veía también algún que otro perro que
corría y saltaba entre la multitud, tan feliz como todos ellos. Vestían ropa
sencilla pero hermosa y me dio la sensación de que sus colores transmitían la
misma calidez viva que los árboles y las flores que crecían y crecían por todo
el entorno”.
Un hecho interesante del
relato y del testimonio del doctor Eben Alexander, es su convencimiento de que
aquel hecho, para cualquier fantástico o de ensoñación, para él resultaba ser
completa y absolutamente real. Incluso llega a decir que toda esa experiencia
la sintió mucho más real que cualquier hecho o evento que haya vivido en la
Tierra, como el matrimonio con su esposa o el nacimiento de su hijo.
El doctor luego cuenta que se
encontró en su vuelo con una mujer. Describe el hecho de la manera siguiente:
“Había alguien a mi lado: una
chica preciosa de pómulos altos y hermosos ojos azules. Llevaba ropa sencilla,
como de campesina, similar a la que vestía la gente del pueblo que había visto
abajo. Unos largos mechones de cabello dorado enmarcaban su hermoso rostro.
Volábamos juntos a bordo de una superficie cubierta por unos dibujos enormemente
intrincados, el ala de una mariposa. De hecho, estábamos rodeados por millones
de mariposas, vastas bandadas de ellas que descendían sobre la vegetación y
volvían a alzarse a nuestro alrededor. No se movían individualmente, separadas
unas de otras, sino todas juntas, como un río de vida y color que se desplazase
por el aire. Volábamos en elegantes formaciones que describían parsimoniosos bucles
entre las flores y los brotes de los árboles, que se abrían al pasar nosotros a
su lado”.
Luego, cuenta que la mujer le
miró, pero no como una mirada del tipo romántica, tampoco amistosa, según él
era una mirada que “iba más allá de todo ello… más allá de todas las tipologías
del amor que conocemos aquí en la Tierra”. Luego dice que aquella mujer, sin
usar palabras, le habló. Aquel mensaje estaba dividido en tres partes y eran
los siguientes: “Os aman y aprecian, profunda y eternamente”; “No tenéis nada
que temer”; “Nada de lo que hagáis puede ser malo”. Luego de decir esto, la
mujer le anunció que el doctor debía volver.
Sin embargo, antes, el doctor
se encontró en medio de unas nubes grandes y blancas, y allí pudo observar una
bandada de orbes transparentes y titilantes que recorrían el cielo en
trayectorias curvas. En ese momento
sintió un sonido fuerte, como un canto. “Era
un sonido palpable y casi material, como una de esas lloviznas que puedes
sentir sobre la piel pero no terminan de calarte. La vista y el oído no eran
sentidos separados en el lugar donde me encontraba entonces. Podía oír la belleza
visual de las esplendentes criaturas que pasaban por encima de mí y ver la perfección
inmensa y dichosa de lo que cantaban. Era como si en aquel mundo no pudieras
mirar ni escuchar nada sin convertirte en parte de ello, sin incorporarte a su
naturaleza de algún modo misterioso”.
Siguió avanzando en su vuelo
cuando ingresó a lo que él califica como un “inmenso vacío, completamente
oscuro, de tamaño infinito pero al mismo tiempo infinitamente reconfortante.
Negro como la boca de un lobo, pero también rebosante de luz: una luz que parecía
emitir un orbe brillante que en aquel momento yo sentía muy cerca de mí. Un
orbe que estaba vivo y era casi sólido, como las canciones de las criaturas
angelicales que viese antes”.
Un dato curioso que señala el
doctor Eben Alexander, es que cuando se encontraba cerca a ese “orbe” o presencia,
escuchó un sonido del que solo recuerda el “Om”. El “Om” era el sonido asociado
a ese ser. Esto nos hace recordar claramente algunas técnicas de meditación,
especialmente, a los mantras.
Luego dice Alexander que
conversó con aquel ser que le reveló que no había un solo universo sino muchos,
y que el amor reside en el centro de todos ellos. Que el mal también estaba
presente pero en cantidades diminutas, que el mal era necesario pues sino el
libre albedrío sería imposible, entre otras revelaciones.
En eso, el doctor sintió que
algo tiró de él, y lo alejó de aquel ser. Su presencia desapareció. Volvió a
ver abajo y vio los árboles y los arroyos y las cascadas. Luego volvió a ese
lugar del inframundo, para después volver a nuestro plano. A la vida.
Esta es pues la experiencia
del dr. Eben Alexander, espero que les haya parecido interesante. Luego
publicaremos más testimonios de personas que aseguran, haber visitado el cielo.
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