HISTORIAS DE FANTASMAS EN LA ANTIGÜEDAD
Por Percy Taira
Muchos amigos de este blog
hemos leído o escuchado historias sobre fantasmas o espectros, algunos además,
alguna vez hemos visto fotografías o
vídeos en donde se da prueba de la existencia de estos espectros. Fotografías
que van desde aquellas en blanco y negro con las típicas imágenes desgastadas,
hasta vídeos en donde las sombras o las figuras en blanco aparecen de repente
en algún lugar de una vivienda cualquiera. Quizá por esto, muchos tienen en la
imagen que el tema paranormal o fantasmagórico es moderno, reciente, quizá
atraído de alguna manera, con la irrupción de la tecnología, sin embargo, esto
no es tan cierto, porque el fenómeno de los fantasmas es tan antiguo como el
propio hombre, o por lo menos, desde que el hombre fue capaz de dejar registrado
los hechos que le pasaban, que le intrigaban, y que de alguna forma, buscaban
entender.
Este es el eje central de este
artículo, pues vamos a hablar sobre los testimonios de fantasmas de hombres de
la antigüedad, específicamente, los registros y escritos de las civilizaciones
de la Grecia y Roma clásicas y es que al parecer, ellos también fueron testigos
de estos extraños fenómenos y, llevados quizá por la sorpresa o por lo
sobrenatural de los hechos, lo registraron en sus escritos. Con esto no queremos
demostrar o desestimar la existencia de fantasmas, sino simplemente, indicar
que por lo menos, el registro de este tipo de apariciones, viene desde tiempos
antiguos.
EL FANTASMA DE ATENODORO DE TARSO
Comenzamos con uno de los
casos más populares en estos temas, se trata del fantasma que vio el filósofo
Atenodoro de Tarso (74 a.C. – 7 d.C.), historia que narra el historiador romano,
Plinio el Joven (61 d.C. – 113 d.C.), en su libro de cartas.
Plinio el joven nos brinda en
su relato, elementos que nos parecen hoy comunes en toda historia de fantasmas:
la casa encantada, el ruido de cadenas, el temor de los habitantes de la casa y la figura que aparece
de pronto con un mensaje del más allá. Así lo cuenta Plinio el joven:
"Había en Atenas una casa
espaciosa y grande, pero tristemente célebre e insalubre. En el silencio de la
noche se oía un ruido y, si prestabas atención, primero se escuchaba el
estrépito de unas cadenas a lo lejos, y luego ya muy cerca: a continuación
aparecía una imagen, un anciano consumido por la flacura y la podredumbre, de
larga barba y cabello erizado; grilletes en los pies y cadenas en las manos que
agitaba y sacudía. A consecuencia de esto, los que habitaban la casa pasaban en
vela tristes y terribles noches a causa del temor; la enfermedad sobrevenía al
insomnio y, al aumentar el miedo, la muerte, pues, aun en el espacio que
separaba una noche de otra, si bien la imagen desaparecía, quedaba su memoria
impresa en los ojos, de manera que el temor se prolongaba aún mas allá de
aquello que lo causaba. Así pues, la casa quedó desierta y condenada a la
soledad, dejada completamente a merced de aquel monstruo; no obstante se había
puesto en venta, por si alguien, no enterado de tamaña calamidad, quisiera
comprarla o tomarla en alquiler."
Luego nos cuenta el encuentro
de Atenodoro con este fantasma:
"Llega a Atenas el filósofo
Atenodoro, lee el cartel y una vez enterado del precio, como su baratura era
sospechosa, le dan razón de todo lo que pregunta, y esto, lejos de disuadirle,
le anima aún más a alquilar la casa. Una vez comienza a anochecer, ordena que
se le extienda el lecho en la parte delantera, pide tablillas para escribir, un
estilo y una luz; a todos los suyos les aleja enviándoles a la parte interior,
y él mismo dispone su ánimo, ojos y mano al ejercicio de la escritura, para que
no estuviera su mente desocupada y el miedo diera lugar a ruidos aparentes e
irreales. Al principio, como en cualquier parte, tan sólo se percibe el
silencio de la noche, pero después la sacudida de un hierro y el movimiento de
unas cadenas: el filósofo no levanta los ojos, ni tampoco deja su estilo, sino
que pone resueltamente su voluntad por delante de sus oídos. Después se
incrementa el ruido, se va aproximando y ya se percibe en la puerta, ya dentro
de la habitación. Vuelve la vista y reconoce al espectro que le habían
descrito. Éste estaba allí de pie y hacía con el dedo una señal como
llamándole. El filósofo, por su parte, le indica con su mano que espere un
poco, y de nuevo se pone a trabajar con sus tablillas y estilo, pero el
espectro hacía sonar sus cadenas para atraer su atención. Éste vuelve de nuevo
la cabeza y ve que hace la misma seña, así que ya sin hacerle esperar coge el
candil y le sigue. Iba el espectro con paso lento, como si le pesaran mucho las
cadenas; después bajó al patio de la casa, y de repente, desvaneciéndose, abandona
a su acompañante. El filósofo recoge hojas y hierbas y las coloca en el lugar
donde ha sido abandonado a manera de señal. Al día siguiente acude a los
magistrados y les aconseja que ordenen cavar en aquel sitio. Se encuentran
huesos insertos en cadenas y enredados, que el cuerpo, putrefacto por efecto
del tiempo y de la tierra, había dejado desnudos y descarnados junto a sus
grilletes. Reunidos los huesos se entierran a costa del erario público. Después
de esto la casa quedó al fin liberada del fantasma, una vez fueron enterrados
sus restos convenientemente."
LOS FANTASMAS DE LUCIANO DE SAMÓSATA
Otro de los autores clásicos
que registra un encuentro con fantasmas fue Luciano de Samósata (120d.C – 192
d.C.), que si bien era de origen sirio, anduvo mucho y fue muy conocido en la Grecia
clásica. Samósata, en su obra El incrédulo, habla sobre cómo un personaje,
llamado Arígnoto, da cuenta sobre una casa que era dominada por un fantasma y qué
se hizo para poder “sanarla” y librarla de este espíritu, curiosamente, también
en esta historia está presente el asunto del hallazgo de restos óseos en el
lugar.
Esta es la historia que cuenta
Luciano de Samósata:
"Pues bien -dijo él-, si
va algún día a Corinto, pregunta dónde está la casa de Eubátides, y, cuando te
la hayan mostrado -está junto al Creanión- aproxímate a ella y di al portero
Tibio que quisieras ver de dónde echó el pitagórico Arígnoto aquel espíritu
cavando una zanja y cómo consiguió que, en el futuro, la casa pudiera
habitarse.
‘¿Qué es lo que ocurrió,
Arígnoto?’, preguntó Éucrates. Desde hacía mucho tiempo -empezó aquél- estaba
deshabitada debido al miedo, y si alguien llegaba a habitarla, al punto huía de
ella, asustado por un fantasma horrible y aterrador. Empezaba ya a derrumbarse
y el techo se había venido al suelo; en suma, que nadie tenía siquiera el valor
de pasar por delante de ella. Al oírlo, yo tomé mis libros -tengo muchos
egipcios sobre estas materias-, me dirigí a la casa en el momento del primer
sueño, pese a que mi anfitrión querían disuadirme y casi me tiraba de la túnica
al entrar yo a mi -creía él- segura perdición. Tomé una linterna y me dirigí
allí solo; dejo la luz en la habitación más espaciosa de la casa y me pongo a
leer tranquilamente sentado en el suelo. Se presenta entonces el espíritu
-creyendo sin duda que acababa de entrar un pobre lego y esperando asustarme a
mí también-; estaba sucio todo él, llevaba una larga caballera y era más negro
que la oscuridad. Posose sobre mi cabeza, y, dirigiendo la mirada a todas
partes, intentaba cogerme por alguna parte, al tiempo que se metamorfoseaba ora
en perro, ora en toro o en león. Pero yo, pronunciado en egipcio la fórmula más
terrible, conseguí reducirle, con mis ensalmos, en un rincón de la oscura sala.
Visto dónde había ido a refugiarse, me puse a descansar. Por la mañana, cuando
todos desesperaban ya, y creían hallarme muerto como a los anteriores, me
presenté ante Eubátides sin que nadie lo esperara, y le doy la buena noticia de
que ya tiene la casa purificada y que, en adelante, podrá habitarla sin temor a
nadie. Así pues, lo tomo conmigo, a él y a otros muchos -pues le seguían muchos
para presenciar el portento-, los conduzco al lugar donde había visto
desaparecer el espíritu y les pido que tomen picos y azadones para cavar. Y
cuando lo hubieron hecho, se halló, a la profundidad de una braza, un cadáver,
todo huesos. Lo sacamos y lo enterramos; y desde entonces la casa dejó de ser
molestada por apariciones."
LOS FANTASMAS DE PLAUTO
El siguiente texto es una
comedia, sin embargo, también expresa el interés de la civilización romana
sobre el tema de los fantasmas. Esta vez se trata de la comedia Mostellaria de Plauto
(254 a.C. – Roma, 184 a.C.) en la que un personaje llamado Teoprópides le
cuenta a otro llamado Tranión sobre la existencia de una casa encantada. La
conversación va como sigue:
TEOPRÓPIDES: Apartad.
TRANIÓN: No toquéis la casa.
Tocad también vosotros la tierra.
TEOPRÓPIDES: Te pido que me
des una explicación.
TRANIÓN: Porque hace siete
meses que nadie ha puesto el pie en esta casa después de que nos mudamos.
TEOPRÓPIDES: Cuéntame por qué
razón.
TRANIÓN: Porque se cometió un
crimen.
TEOPRÓPIDES: ¿Cómo? No me entero.
TRANIÓN: Me refiero a un
crimen que se cometió hace ya tiempo, un crimen antiguo y viejo.
TEOPRÓPIDES: ¿Antiguo?
TRANIÓN: Sí, y nosotros lo
hemos descubierto ahora (...) Un hospedero mató a un huésped con su propia
mano; Creo que se trata de quien te vendió a ti esta casa.
TEOPRÓPIDES: ¿Y le mató?
TRANIÓN. Y le quitó el oro y
le enterró ahí mismo, en la casa.
TEOPRÓPIDES: ¿Qué fundamentos
tenéis para sospechar de esto?
TRANIÓN: Te lo diré, escucha.
Un día que se había ido a cenar fuera tu hijo, después de que llegó a casa nos
fuimos a acostar todos, y nos quedamos dormidos profundamente. En esa ocasión
yo me había olvidado de apagar la lámpara y aquel profiere de repente un grito
tremendo.
TEOPRÓPIDES: ¿Quién? ¿Mi hijo?
TRANIÓN: Calla y escucha. Nos
cuenta de qué manera le había hablado a él el muerto...
TEOPRÓPIDES: ¿En sueños?
TRANIÓN: Admirable sería que
le hubiera hablado estando despierto. Éste había sido asesinado hacía sesenta
años.
“Soy Diapontio, un huésped de
ultramar.
Aquí habito, aquí se me ha
dado morada,
Pues Orco no quiso recibirme
en el Aqueronte,
Ya que me he quedado sin vida
de manera prematura. A traición
Fui engañado, pues mi huésped
aquí me mató y escondió
Mi cuerpo en esta casa sin
darle correcta sepultura.
Y todo por causa de mi oro, el
maldito. Ahora tú vete de aquí,
Pues maldita es esta casa,
impía es esta morada.”
En este caso, la historia hace
recordar mucho las narraciones escritas líneas arriba, es decir, el fantasma habita
una casa debido a que su cuerpo, se encuentra enterrado o mal sepultado allí.
LOS FANTASMAS DE PLUTARCO
Pero no todo era creencia en
las civilizaciones antiguas, pues tal como sucede ahora, había personas que
desestimaban este fenómeno y criticaban duramente a las personas que creían en
este tipo de apariciones y entidades. Uno de los principales escépticos de
estos temas fue el historiador griego Plutarco (46 ó 50 d.C al 120 d.C.).
Esto es lo que decía Plutarco
sobre las personas que creían en fantasmas:
“…ni la aparición de un demon,
ni un espectro, se encuentran con alguien que tenga raciocinio, sino con niños,
mujeres y hombres enloquecidos por alguna enfermedad, ya sea por cierto engaño
del alma, ya sea por mala temperancia del cuerpo, las cuales arrastran
apariencias vacías y antinaturales, teniendo un mal demon dentro de ellos, la
superstición”.
Pero eso no es todo, también
decía lo siguiente:
“Si es preciso hacer burla de
algo en filosofía, risible es lo relativo a los espectros sordos, ciegos e
inanimados que pacen en cantidad extraordinaria, apareciéndose durante años con
un movimiento circular y dando vueltas por todas partes, emanando unos de seres
todavía vivos, otros de los completamente incinerados o podridos desde hace ya
tiempo, con lo que arrojan charlatanerías y sombras al estudio de la
naturaleza…”
Con esto, Plutarco dejaba en
claro que no era un ferviente creyente de los fantasmas, sin embargo, también
da fe, aunque de manera indirecta, la creencia que tenían muchas personas de su
época en estas entidades.
Dicho esto y pese a este escepticismo
en contra de los fantasmas o espectros, Plutarco en su libro Vitae, da lugar al
extraño caso de un fantasma que se presenta en unos baños de su ciudad natal
Queronea. Esta sería la historia de un joven, un poco díscolo que sería
asesinado justamente por la desenfrenada vida que llevaba.
Cuenta Plutarco al respecto:
“… Después, mientras se ungía
en el calidario, lo asesinaron. Puesto que durante mucho tiempo se aparecieron
ciertos espectros y se escucharon lamentos en aquel lugar, según cuentan
nuestros padres, las puertas del calidario fueron tapiadas y, hasta hoy día,
los que habitan cerca de ese sitio creen que se producen ciertas visiones y
sonidos aterradores”.
Con este relato,
evidentemente, Plutarco no se contradice, simplemente está contando un hecho en
su lugar natal, aunque lo interesante del caso es que cuenta tal vez una
leyenda urbana de su propio pueblo más antigua que él pues menciona que es una
historia que le contaron sus padres. Un dato importante es que la creencia de
aquel fantasma estuvo tan arraigada en Queronea que incluso clausuraron aquel
baño, un lugar de mucha importancia en la antigüedad.
Pero las historias de Plutarco
sobre fantasmas, pese a que no creía en ellos, continúa. En la obra Vida de
Dión, Plutarco nos cuenta otra historia, esta vez, una mucho más trágica, que
incluye la muerte de un niño:
“Después de haber soportado la
conjura, a Dión se le presentó un espectro enorme y prodigioso. Pues se
encontraba al caer la tarde sentado en el pórtico de su casa, solo y ensimismado
en sus pensamientos. De repente sonó un ruido hacia el otro lado del pórtico y,
mirando fijamente, cuando todavía había luz, vio a una mujer grande en estatura
pasando con un vestido y un rostro como el de las Erinias de la tragedia,
barriendo con una especie de escoba la casa. Terriblemente estupefacto y lleno
de miedo, llamó a sus amigos, les describió con detalle su visión y les pidió
que se quedasen y pasaran la noche con él, completamente sobrecogido y temiendo
que de nuevo volviera el portento ante sus ojos, mientras se encontraba solo.
Pero no volvió a suceder esto. Tras unos pocos días, su hijo, que apenas había
pasado la niñez, a causa de una cierta tristeza y enfado que tenía por una
causa insignificante e infantil, se arrojó desde el tejado de cabeza y se mató”.
Para muchos estudiosos, los
relatos de Plutarco no son más que técnicas literarias muy comunes en la época
que nada tiene que ver con sus propias creencias, sin embargo, el hecho de que
haya querido registrar en sus obras este tipo de historias, incluso de su
propio pueblo, es un hecho que también llama mucho la atención.
De manera general, como hemos
dicho al inicio de esta nota, no hemos querido con este artículo comprobar ni
mucho menos afirmar la existencia o no de los fantasmas, simplemente, hemos
querido indicar, a través de los textos antiguos, que la visión de seres, al
parecer, fuera de este mundo, de la escucha de voces y sonidos extraños, o el
recibimiento de mensajes a través de estas visiones o ruidos, no es cosa nueva,
no es algo de la época moderna del hombre, sino que la fenomenología paranormal
lleva tiempo entre nosotros. Parecieran ser los mismos tips, datos, detalles,
que continúan repitiéndose en tantas historias contadas a través de los siglos.
Y ustedes ¿Tienen alguna
historia de fantasmas parecidas a los de estos textos antiguos? Sería
interesante que nos la compartan.
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