SEGUMA KITSUTANI: EL JAPONÉS QUE MURIÓ EN LA QUINTA HEEREN



Seguma Kitsutani: "Perdonen que manche esta sagrada tierra con mi sangre".



Por Percy Taira

En 1880, el empresario alemán, Óscar Heeren, construyó una gran residencia de estilo austro-húngaro en pleno corazón de los Barrios Altos, en Lima. Esta vivienda, con una exquisita historia (fue sede de las embajadas de Japón, Bélgica, Alemania, Francia y Estados Unidos), fue conocida tiempo después, como la Quinta del Carmen, debido a su proximidad con la Iglesia del Carmen, patrona del mencionado distrito limeño, sin embargo, tiempo después, fue conocida y popularizada con el nombre de su creador, la Quinta Heeren.

Ya en tiempos modernos, esta vivienda, estuvo rodeada de historias de aparecidos, de fantasmas, y fenómenos paranormales. Pero también, o ligada a ello, se encuentran historias trágicas, más ligadas al mundo real y al lado más humano de la vida y la muerte. Justamente, una de las tragedias más conocidas ocurridas en esta quinta, fue la muerte del millonario japonés Seguma Kitsutani, quien debido a las cuantiosas deudas económicas que llegó a tener, tomó la fatal decisión de realizar el ritual del Seppuko o Harakiri, en una de las casas que conforman este complejo.


EL SEPPUKO O HARAKIRI

El seppuko es un antiguo ritual de autoinmolación basado principalmente en el rígido código samurái conocido como Bushido. En occidente, el seppuko es conocido como Hara kiri, que literalmente significa cortarse el vientre.

Es necesario recalcar, que a diferencia de occidente, en Japón, por lo menos en la tradición samurái, el suicidio no era visto como un acto de cobardía, sino, como un acto que requería de mucho valor. Se decía que un samurái debería estar preparado para morir, mañana, tarde y noche, y que solo así, se lograría ser un verdadero guerrero. Otros consideraban a la muerte como la misma “flor” del bushido.

En cuanto al acto de clavarse una daga o espada en el vientre, algunos especialistas han señalado que es un ritual sumamente simbólico en el que se refleja la pureza de la acción del hombre. El hecho de que la muerte se produzca en el vientre, es de suma importancia pues esta zona del cuerpo simboliza el microcosmos del hombre, centro físico del cuerpo y asiento del alma, en donde se creía, residía la voluntad, la generosidad, la ira, la audacia, etcétera.

Por otro lado, tradicionalmente, el seppuko era una forma de limpiar el honor de determinada persona. Y es que el honor y el buen nombre, eran aspectos de suma importancia en esta cultura y en esta forma de ver la vida y la muerte, así que era sumamente justificado que alguien decidiera quitarse la vida para salvar su honor.

Repetimos, a diferencia de occidente en que el suicidio se ve como un acto de cobardía, la visión del samurái, era casi opuesta, era una prueba de valentía y de auto control sobre uno mismo.


EL ESPÍRITU SAMURAI EN LA QUINTA HEEREN

Seguma Kitsutani (en el medio) junto a amigos y vecinos japoneses de la Quinta Heeren.

Si bien la relación de lo japonés con la Quinta Heeren, ya eran conocidas (no solo por ser habitadas por muchas familias japonesas desde su creación, sino porque aquí por ejemplo, se diseñó el primer Jardín Japonés de Lima) fue el suicidio del millonario japonés, Seguma Kitsutani, la que llamó la atención de la población limeña y abrió las puertas para dar a conocer este lado, oscuro para esta parte del mundo, poco conocido de las tradiciones del Japón.

Seguma Kitsutani nació en Yamaguchi Ken el 16 de abril de 1873. Perteneció a la dinastía Morikoo y fue educado con los valores éticos del Japón tradicional, incluidos por supuesto el bushido. Luego de viajar por varios países de Sudamérica, llegó al Perú en 1901, estableciéndose como comerciante en la ciudad de Lima. Se dice que fue el primer comerciante exitoso de origen japonés que tuvo la capital. Entre sus principales empresas está la instalación en Lima de tres establecimientos comerciales y una fábrica de muebles de bambú. En Arequipa abrió una desmotadora de algodón y también se dedicó a la exportación de lana y terminó desarrollando diversas actividades financieras.

Fue en 1915 cuando se instaló en la Quinta Heeren, junto con su esposa y sus cinco hijos. Ocupó la vivienda número tres. En ese tiempo, la quinta era un lugar en donde muchos japoneses de alto nivel intelectual y económico solían reunirse y vivir.

Los negocios con los años continuaron prosperando para Kitsutani, sin embargo, su gran caída económica y comercial llegó a finales del año de 1927 y comienzos de 1928. Se dice que debido a factores tanto nacionales como internacionales, la empresa Kitsutani, entró en crisis. Esto produjo no solo el quiebre económico de este empresario japonés, sino el de muchos compatriotas que confiaron en él su dinero para ser ahorrados o enviados como remesas al Japón a través del Tanomoshi (llamado en español Pandero o lo que en Perú es similar a las Juntas), que para muchos, fue quizá lo que fue más difícil de sobrellevar para Kitsutani en términos de honor.

Debido a todos estos elementos, como el no poder resolver las deudas que había contraído esperando un momento económico mejor, viendo el daño económico que podría generar entre sus acreedores y amigos y familiares japoneses, y habiendo manchado su reputación de buen comerciante y hombre de negocios, Seguma Kitsutani decidió prontamente acabar con su vida.


EL SEPPUKO DE KITSUTANI

El escenario que había elegido para realizar el ritual, era su hogar, en un ambiente que funcionaba además como su oficina personal, en el primer piso de la casona. Desde la noche del 23 de febrero hasta el amanecer del día siguiente escribió cartas, la mayoría de ellas en idioma japonés.

Fue en horas de la mañana del viernes 24 de febrero de 1928, cuando Seguma Kitsutani comenzó el ritual para acabar con su vida. Se bañó con agua caliente (tradicional baño llamado ofuro), se vistió con ropa de seda blanca, y luego fue a su oficina. Cerró la puerta de madera y siguiendo la tradición, se sacó las sandalias japonesas y se quedó descalzo. Luego avanzó hasta una alfombra blanca y se sentó sobre sus propias piernas al estilo japonés. Luego sacó una tela y con ella amarró su mano a una navaja de afeitar. Por último, acercó la navaja a su cuello y se abalanzó hacia adelante haciéndose un profundo corte. Kitsutani murió inmediatamente.

Tradicionalmente, la forma de morir de un samurái era, que uno mismo se cortaba el vientre y luego, un asistente llamado kaishaku, le cortaba la cabeza. Sin embargo, Kitsutani, decidió realizar esta ceremonia solo, así que al no contar con un asistente, decidió por cortarse directamente el cuello.

Una de las pruebas de que el acto fue hecho con toda conciencia es que justamente había abalanzado el cuerpo hacia adelante (como buscando la navaja), pues tradicionalmente se dice que si el cuerpo se encuentra echado hacia atrás, indica que la persona tuvo algún temor o indecisión antes de su muerte. El tronco inclinado hacia adelante, denotan el control y la firmeza de Kitsutani hasta el último momento de su vida.


REPERCUSIÓN EN LA PRENSA

El deceso de Kitsutani fue inmediatamente cubierto por la prensa de la época. En su edición vespertina del mismo 24 de febrero, el diario La Prensa, publicó lo siguiente:

“A las ocho de la mañana de hoy el señor Kitsutani que se había levantado temprano, tomó su desayuno y conversó animadamente con sus servidores domésticos mostrándose tranquilo y risueño sin aparentar en ningún momento decaimiento, ni meditación, ni tristeza. Después del desayuno penetró en su escritorio y cerrando la puerta por dentro procedió a quitarse la vida silenciosamente”.

Por su parte, el diario El Comercio, ese mismo día también en su edición de la tarde, publicó lo siguiente: “la  habitación es pequeña y está arreglada con ese buen gusto japonés. Al lado derecho sobre una blanca y lujosa alfombra se encontraba de rodillas y boca abajo el cadáver del señor Kitsutani. Parece que se arrodilló perpendicularmente a la alfombra dejando las zapatillas a un lado, luego, con toda serenidad y con todo estoicismo tomó su navaja de afeitar, se la sujetó con un pañuelo al brazo izquierdo y se cortó el cuello, al lado derecho, desde el pabellón de la oreja, tomando la carótida y descendiendo hasta la garganta, deteniéndose en el sitio llamado ‘la manzana de Adán’. La blanca alfombra estaba teñida de sangre. El señor Kitsutani estaba con camisa de seda y pantalón”.

Pero esa no fue la única nota que el diario El Comercio publicó sobre este hecho. Al día siguiente, el sábado 25 de febrero, el diario publicó la versión de un japonés, amigo de Kitsutani, que explicó el significado de la acción que había cometido Kitsutani. Para muchos, esta fue la primera vez que la ciudad de Lima, conocía de manera mediática el significado del acto del seppuku.

“La causa del suicidio, ahora que se ha producido está demás discutirlo pero sí vale decir algo sobre el significado moral de este acto en el Japón. Para mí, indudablemente que Kitsutani al ver que no podía cumplir con sus compromisos comerciales y que su fracaso financiero iba a ser causa de que muchos de sus amigos y personas que tenían negocios con él quedaran en situación difícil y quién sabe desesperada, ha querido pagar con la vida lo que no pudo hacer materialmente, ofreciéndoles su vida y pidiéndoles así perdón por todo el daño que pudiera causarles. En el Japón hay un código de honor, no escrito, pero que todo japonés lleva en su corazón que dice que ‘todo mal que no puede evitarse materialmente hay que pagarlo de alguna manera’ y ésta es ofrendar la vida en aras del amor propio, tal, indudablemente, a mi juicio ha sido el acto de Kitsutani, al ver su situación desesperada”.

Y agrega: “La forma como se suicidó da idea del valor moral de mi amigo pues lo ha hecho después de meditarlo mucho seguramente. En todo siguió la costumbre japonesa, desde el momento en que se sentó vulgarmente ‘a la japonesa’ es decir sobre las corbas, hasta que llevó a cabo su fatal determinación. El modo como envolvió la navaja con un pedazo de tela blanca para evitar cortarse la mano y poder asegurar mejor el arma. El hecho de que al darse el corte primero señalara la trayectoria que debía seguir la herida, cortándose primero relativamente de una manera superficial, para después ahondarse la navaja en el cuello, en el sitio que sabía que el corte tenía que ser fatal, todos estos detalles revelados por la autopsia no hacen sino estar de acuerdo con el temple moral de Kitsutani y su alma de caballero japonés”.

Según el sociólogo e investigador de la vida de Kitsutani, Luis Rocca Torres, el amigo que dio este testimonio al diario El Comercio, pudo ser Sentei Yaki, quien fuera amigo personal de Kitsutani y quien además se acercó a la morgue durante la autopsia.

Antes de morir, Kitsutani había escrito diversas cartas. Según los medios de prensa de la época fueron cinco cartas que se encontraron sobre el escritorio del japonés. Una dirigida al Ministro del Japón, al Cónsul del Japón, a la Sociedad Japonesa, a los comerciantes peruanos y japoneses y a un sobrino suyo. Todas estas cartas estaban escritas en japonés, pero en una de ellas se encontró un único papel en el que se estaba escrito en castellano la siguiente frase: “Perdonen que manche esta sagrada tierra con mi sangre”.

Esta frase quedó muy grabada en la sociedad limeña de la época. Todos los diarios de la capital, destacaron no sólo la honradez y valentía de este hombre sino también, su amor por el país. El diario La Prensa dijo lo siguiente: “No podemos menos que recordar en esta información que el señor Kitsutani era personalmente un correcto caballero de afable trato y de un trato social muy gentil. Amigo sincero del Perú que se mostró siempre interesado en todos nuestros asuntos teniendo para este país los mismos sentimientos que para su patria”.

En cuanto a sus deudas, se sabe que la familia de Kitsutani, pudo pagar todas las deudas que tenía la empresa, sobre todo vendiendo los bienes que la familia tenía en Japón. Un investigador japonés encontró documentos que confirman esto. Un cheque del Banco Italiano de Lima fechado el 29 de agosto de 1941 en la que se hace pago de una gran cantidad de dinero de la época.  
                                                                                                                                               



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