LEYENDAS Y SUPERSTICIONES MAYAS: EL ATAQUE AL CACIQUE DE CHETUMAL POR SALVAR A UNA LUNA




Por Percy Taira


Continuando con esta secuencia de leyendas de América, luego de dedicarnos a las leyendas del pueblo Guaraní, ahora vamos a adentrarnos al mundo Maya. En esta oportunidad, vamos a transcribir los textos de Manuel Rejón García, también llamado Marcos de Chimay, publicados en su libro Supersticiones y leyendas Mayas, publicado en 1905.

Esta leyenda nos cuenta la historia de un cacique del pueblo de Chetumal que busca defender a su población de un ejército español liderados por el capitán Alonso Dávila y entre los que se encuentran, el gran ballestero Treviño. Pues bien, en este relato se puede apreciar una gran variedad de supersticiones mayas, y cómo estas influyeron, como es el caso de un eclipse justo en el momento que los españoles estaban cerca, con el resultado de la batalla. Esta leyenda tiene de todo: sueños premonitorios, animales de mal agüero, ritos y vaticinios, y más.

Espero que lo disfruten.




LOS INDIOS DE CHETUMAL – SUEÑOS Y AUGURIOS – AVES NOCTURNAS 
de Marcos de Chimay



-          ¿Y estás cierto de que el trueno que se escucha y el rayo que fulmina son producidos por ese tubo negro que  nunca abandonan?
-          No sabré decirte si los produce solamente el tubo, o coopera el genio maléfico que los trajo a nuestra tierra.
-          ¿Y no has invocado contra ese genio á Kukulcan o al excelso Kakupacat?
-          Chimal, una idea me atormenta, me vuelve loco; esta idea es de que los advenedizos tienen un poder superior a los dioses.
-          ¡Horror!
-          Sí, horror, maldición para los mayas. Desde que los invasores tocaron nuestras playas, derribaron los altares y destruyeron los dioses que veneraban nuestros abuelos, creímos que se seguiría un cataclismo universal al hecho sacrílego; pero el sol continuó  brillando, el aire discurriendo en nuestros campos y la lluvia fecundando la tierra.
-          Y los sacerdotes ¿qué dijeron de esto?
-          Los sacerdotes! Si los dioses se manifiestan impotentes qué han de hacer sus ministros! Como informes cantos rodaron en la isla de Cuzamil las diosas de la fecundidad con sus hermosas formas de mujeres; los de Kimpech y Petenchan como encinas derribadas por el rayo: los sacerdotes, ¡ah! Los sacerdotes huyeron fulminando maldiciones contra el invasor.
-          Eso indica que nuestra pérdida es segura.
-          Evidente: oye Chimal, el insecto que da los sueños, (1) y nos hace vivir, mientras el cuerpo descansa, para asistir a escenas futuras, se posó ayer en mis rodillas. Yo le dije: si he de soñar la libertad de mi patria, la derrota del odioso extranjero que pretende sojuzgarla, bien hayas, dispensador de las visiones del porvenir; pero si has de hacerme presenciar con anticipación nuestra ruina, huye, ocúltate de mi vista, que prefiero la muerte a la suposición de tamaño desastre.
-          Y soñaste?
-          Sí, soñé que Treviño, aquel ballestero español muy diestro que nos ha causado tantas bajas, hacía blanco en mi pecho; yo que disparo bien las flechas, me hice el distraído con propósito de aprovechar su quietud al hacer puntería, para lanzar un venablo. Cayó en el ardid; mas la jara castellana salió al mismo tiempo que la azagaya india; herí en la mano a Treviño y yo sentí un dolor cruelísimo en el pecho.
-          Sentiste la herida?
-          No hay duda; el insecto me hizo sufrir entre sueños como un desgarramiento en las entrañas, la impresión de un tizón encendido aplicado al pecho y desperté.
-          Esos pensamientos son fatales, Chakan; tú morirás a manos del invasor pero yo enseñaré a nuestro hijo a odiarle.
-          Morir a sus manos, jamás! Rugió el indio; perezca nuestro hijo si muero a manos del extranjero.

Lanzada esta exclamación quedó en actitud reflexiva el valiente guerrero, en tanto que la hermosa india que, según se habrá deducido del diálogo anterior, era su esposa, terminaba su tocado sencillo con el moño característico de las hijas del país.

La escena pasaba en Chablé, población cercana a Chetumal, en donde acababa de fundar la Villa Real el capitán Alonso Dávila con un puñado de valientes compañeros, luchando con todo género de contrariedades por el carácter belicoso de los indios que se negaban ya, a hacer transacciones con ellos, llegando a faltarles hasta lo más indispensable para su subsistencia.

El cacique de Chetumal había desamparado el pueblo, con ánimo de juntarse con otro comarcano para caer sobre los españoles.

No se ocultó esta trama al capitán Dávila, quien dispuso tomar la iniciativa, en vez de esperar su acometimiento. Durante este tiempo de preparativos, tuvo lugar la escena descrita.

Los indios, supersticiosos como los demás pueblos de la antigüedad, estaban tristemente impresionados, esperando un fatal desenlace para su causa.

Habían notado que las aves que reputaban de mal agüero se posaban en sus casas y árboles frutales. Durante el día, el yah, ave que reproduce como un lamento en su canto (yah, duele) Y el cipchchoh no daban tregua a sus gritos lastimeros: al anochecer el coakab, el xochch, el ddohcaxnuc con sus pavorosos graznidos les quitaban el sueño, y lo que es más, la tranquilidad.

Estos presentimientos de su ruina apoyados por la insistencia desesperante de tantas señales, sembraban mayor desmoralización entre ellos, que los tubos negros que vomitaban el rayo y los monstruos de guerra de espantables relinchos.

Otra cosa tenía impresionado al matrimonio que nos ocupa; era una ave también nocturna llamada Xtatacmó que los obligaba a velar, con el objeto de poder ladear oportunamente o poner boca abajo a su hijo para librarlo del pernicioso influjo y enfermedades, que, según antigua preocupación del país, sobreviene a los niños que sorprende boca arriba el canto del ave mencionada.


II

LA PIEDRA REVELADORA. DETENTE, SOL – CURIOSA TRADICIÓN


En tanto ocurría esto en el pueblo de Mazanahó, se preparaban los naturales para resistir, y aún en caso dado, agredir a los españoles.

El cacique de Chetumal convocó a sus aliados y amigos, y deseando saber si llegarían a tiempo las fuerzas, que debían reforzar las que defendían el pueblo, llamó al adivino para consultarle.

Presentóse éste en actitud torva y recelosa, como quien se esforzaba en mantener incólume un prestigio que iba decayendo. Preguntóle el cacique si vendría el auxilio, dónde se encontraba y si llegaría a tiempo. El adivino (h’naat) tomó una pequeña  lámina de pedernal un tanto transparente (lo que a nuestro juicio dio origen al uso posterior de objetos de vidrio) remojala entre un líquido fermentado que llaman balché, por entrar en su composición la corteza del árbol de este nombre, y después de varias palabras a media voz que más parecían murmullos que voces articuladas, mientras observaba atentamente escurrirse el líquido de aquella piedra, puesta en dirección de la luz, exclamó: Veo venir en tu ayuda y defensa ¡oh batab! A nuestros valerosos hermanos; Chakan, el del certero brazo y ojo de águila encabeza a los que vienen de Chablé; veo u n gran número por otras direcciones; a Cocom, de indomable patriotismo y a Tacú el prudente consejo y esforzado corazón; ya vienen, ya llegan llenos de cansancio; apresta el férvido balché y el confortante kah para hacerles reparar sus quebrantadas fuerzas…

Quedó en meditación un breve espacio y  prosiguió: ¡Ánimo, valientes! Ya veo que siguiendo la antigua tradición, honran las grandes piedras del camino depositando una rama sobre ellas (2) y tomando otra se sacuden las rodillas para neutralizar el cansancio; ¡ánimo valientes!.. pero ya el sol quiere ocultarse y las sombras de la noche harán que se detengan en el bosque y los soldados de Dávila tal vez los sorprendan ¡dioses! ¡qué hecatombe de guerreros harían los invasores!

Detente sol! Para un instante y la patria aproveche tan esforzados combatientes…

Ya veo que llegarán; Tacú el primero encaja piedras en las ramas de los árboles que halla a su paso y lo imitan sus compañeros, y se prolongará el dominio de la luz hasta que terminen la jornada; ya arrancan las pestañas y las soplan en dirección al sol para evitar que se ponga tan pronto. Llegarán, Batab, y la defensa con tan aguerridas huestes, será heroica…


III

ECLIPSE DE LUNA


Llegaron los aliados a punto de cerrar la noche, conducidos por los jefes que reveló el sastun; inmediatamente se colocaron vigilantes en los puestos avanzados, y nutridos pelotones en las avenidas con la orden de guardar absoluto silencio, y en caso de presentarse los invasores, resistir hasta lo último, con el objeto de dar tiempo a que las familias evacuasen la población.

Dávila, entre tanto, se aproximaba, adquiriendo la convicción del alzamiento de los indios, porque halló las veredas que servían de caminos, cerradas; penetró sin sospecharlo a poca distancia del pueblo fortificado.

Como queda dicho, el jefe indio ordenó que se guardase absoluto silencio, lo que se observó hasta la madrugada de aquella hermosa noche de luna llena. En su último tercio empezó a proyectarse una sombra sobre la reina de la noche, sombra que avanzó lentamente hasta oscurecerla por completo.

La orden del jefe era terminante y la disciplina del ejército severa; pero la tradición secular de que debía acudirse en defensa de la casta Diana, que a su juicio clamaba solicitando la defensa de los mortales contra la pica dura del xulab, que la tenía a punto de fallecer, de tal manera se sobrepuso, que se armó en el cato una cencerrada capaz de ensordecer a quien fuera menos cuidadoso que Dávila quien la aprovechó para orientarse.

Aquellos guerreros se pusieron a hacer todo género de ruidos para defender la luna; dejóse escuchar el ronco caracol, el monótono címbalo (tun kul) el lahté, el zacatán, el ddoroch ac, el chul, especie de flauta de barro terminada en pluma, todos los instrumentos de su música guerrera y además gritos, lamentos, golpes en los árboles, mazasos en las piedras, una algarabía infernal, un ruido ensordecedor que a haber durado más tiempo que la inmersión del planeta en la sombra, o a no saber su motivo, infundiera temor en el ánimo de los españoles.

Terminó con el fenómeno el concierto, poco antes de amanecer. Los sencillos naturales quedaron satisfechos del salvamento lunar verificado, y los invasores mucho más, por que sabiendo con precisión el lugar a que debían dirigirse, dispusieron el ataque, que tuvo lugar en la mañana de aquel día; cargaron con denuedo y encamizamiento sobre los indios; éstos, siguieron la consigna de resistir con tenacidad, ya que tan poco cuerdo resultó no seguir la del silencio; hicieron frente al enemigo, hasta que adquirieron la convicción de que habían evacuado las familias el pueblo. Entonces se retiraron en orden.

En la lucha hubo un incidente que llamó la atención, y fue que en lo más reñido de ella, un ballestero español que causaba numerosas bajas entre los naturales, se propuso tirar a un indio que igualmente se distinguía por la precisión con que disparaba las flechas, ocasionando algún daño entre sus contrario. Ambos valientes buscábanse en los combates, como deseando realizar un dueño concertado tácitamente. El indio permaneció como distraído esperando que se disparara la ballesta para lanzar la flecha; el español, creyó verdaderamente la distracción y disparó la jara; pero con suma rapidez lanzó el indio la flecha, y a tiempo que se oyó decir al capitán Dávila: “Guárdaos, Treviño, que estais herido,” el indio se arrancaba del pecho la jara castellana exclamando: “No moriré a tus manos, perro cristiano”, y alejándose algo, se ahorcó con un bejuco.


(1)    Dzauayak. Insecto ortóptero semejante a la Mantis o Mántide llada rezadora en España.
(2)    Ha degenerado; actualmente colocan piedrecitas redondas junto a las cruces de los caminos.

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